La aldaba |
Oí
a lo lejos música que me retrotraía a tiempos de juventud, allí Santiago y
Modesto escuchaban «Ponte de rodilla», del grupo «Los Canarios», la música
salía de la tapa de un magnetófono de cinta traído por algún emigrante de
Alemania, me acerqué, no me reconocieron por los cambios propios de tiempos que
ellos no vivieron, discutían si eran mejores los Hiksos o los Bárbaros, grupos
incipientes de la época; para evitar emociones me alejé.
Ante mí, apareció un paisaje urbano
en el que sobre una doble puerta, a la usanza de las tabernas antiguas, se
podía leer: «Casa Labra II». Fuera olía a cerveza, vermut de grifo y bacalao
frito; entré y al fondo en una mesa con patas de hierro y tapa de mármol,
Alfredo les contaba a Pablo y a Nicolás la situación política del país,
aquellas que tantos desvelos le costó a los tres. Apuré mi vermut y los despedí
con un «salud compañeros».
Casa Labra |
Anduve
errático hasta que me llamó la atención un espacio oscuro que solo lo iluminaba
una luz roja; en el, una figura menuda se movía con agilidad entrando y sacando
láminas de cubetas con líquido, al acercarme distinguí a Koldo Chamorro, nos
saludamos y recordamos aquel año que él con su Leica y yo con mi primera réflex
Olympus hicimos una jornada maratoniana fotografiando a primera hora del 20 de
enero al Jarramplas en Piornal, para a media mañana bajarnos a Portezuelo y
retratar como entra y sacan a «los santitos» de las casas de los lugareños; nos
despedimos después de escuchar las loas a San Fabián y San Sebastián. Lo dejé
pintando con luz sobre las láminas blancas.
Se
estaba poniendo el sol cuando ante mí apareció un pequeño bosque de árboles
singulares, entre los que destacaban almeces y moreras péndulas, el suelo
parecía un mantón de Manila por la gran variedad de plantas de temporada; lo
cuidaba un hombre aún joven y que en su mono de trabajo se podía leer:
«Diosdado Simón, biólogo», platicar con él fue siempre una lección didáctica
sobre lo que él sabía como pocos, lo
dejé haciendo injertos y pruebas de botánica; cuando salía por la puerta del
jardín que lleva su nombre me dijo «Julio, ¿tú has visto alguna luz?», al
volverme ya no lo vi.
Calle Naranjo |
Y
como hijo obediente, aquí estoy.