El porqué de Poste Cabildo

El Poste Cabildo es un pilar que sustenta dos arcos porticados de la Plaza de Garrovillas de Alconétar. En tiempos fue lugar donde se reunían los muchos clérigos de la villa para tomar decisiones. Algún tiempo después sostenía las espaldas de los jornaleros que esperaban el dedo apuntador para conseguir un jornal. Yo quiero que este Poste sea lugar para mis reflexiones, compartidas o no, e invitaros a criticarlas.


miércoles, 31 de julio de 2019

Aquí estoy



La aldaba
Tiré de la aldaba que adornaba aquella puerta etérea y sus goznes giraron sin rechistar dejando ante mí un panorama nebuloso, teñido de blanco y donde aparecían hologramas con retazos de mis vivencias.

Oí a lo lejos música que me retrotraía a tiempos de juventud, allí Santiago y Modesto escuchaban «Ponte de rodilla», del grupo «Los Canarios», la música salía de la tapa de un magnetófono de cinta traído por algún emigrante de Alemania, me acerqué, no me reconocieron por los cambios propios de tiempos que ellos no vivieron, discutían si eran mejores los Hiksos o los Bárbaros, grupos incipientes de la época; para evitar emociones me alejé.
Ante mí, apareció un paisaje urbano en el que sobre una doble puerta, a la usanza de las tabernas antiguas, se podía leer: «Casa Labra II». Fuera olía a cerveza, vermut de grifo y bacalao frito; entré y al fondo en una mesa con patas de hierro y tapa de mármol, Alfredo les contaba a Pablo y a Nicolás la situación política del país, aquellas que tantos desvelos le costó a los tres. Apuré mi vermut y los despedí con un «salud compañeros».

Casa Labra
Anduve errático hasta que me llamó la atención un espacio oscuro que solo lo iluminaba una luz roja; en el, una figura menuda se movía con agilidad entrando y sacando láminas de cubetas con líquido, al acercarme distinguí a Koldo Chamorro, nos saludamos y recordamos aquel año que él con su Leica y yo con mi primera réflex Olympus hicimos una jornada maratoniana fotografiando a primera hora del 20 de enero al Jarramplas en Piornal, para a media mañana bajarnos a Portezuelo y retratar como entra y sacan a «los santitos» de las casas de los lugareños; nos despedimos después de escuchar las loas a San Fabián y San Sebastián. Lo dejé pintando con luz sobre las láminas blancas.

Se estaba poniendo el sol cuando ante mí apareció un pequeño bosque de árboles singulares, entre los que destacaban almeces y moreras péndulas, el suelo parecía un mantón de Manila por la gran variedad de plantas de temporada; lo cuidaba un hombre aún joven y que en su mono de trabajo se podía leer: «Diosdado Simón, biólogo», platicar con él fue siempre una lección didáctica sobre lo que él sabía como pocos,  lo dejé haciendo injertos y pruebas de botánica; cuando salía por la puerta del jardín que lleva su nombre me dijo «Julio, ¿tú has visto alguna luz?», al volverme ya no lo vi.

Calle Naranjo
Calle Naranjo
Ya con luces que anunciaban la noche, desemboqué en un paisaje conocido, era mi villa, al final de la calle Naranjo, en el número 3, una tertulia propia de tiempo de verano, Rufina, Diego y la Pepi acompañados de vecinos departían chascarrillos y pronosticaban sobre las próximas fiestas de agosto; cuando me acercaba Rufina se levantó de su silla de enea y cogiendo la zapatilla a modo de búmeran me dijo: «tira pa’baju que si te coju no sé qué te jhagu».

Y como hijo obediente, aquí estoy.